Alquiler de Aulas

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Balada del buen pobre


Balada del buen pobre

Comencé a escribir esta columna mentalmente en el almuerzo, mientras entreveraba el arroz blanco con el juguito del estofado. No lo hacía –como hubiera aconsejado Holler– con la cantidad de comida equivalente a un discreto bocado. No. Lo mío era revolver todo el arroz con absolutamente todo el juguito del plato hasta formar un timbal, un tacu tacu sin menestra, un atamaladito perfectamente uniforme en textura, sabor y temperatura. Me queda clarísimo que no es fino revolcar los sagrados alimentos de ese modo. Convengo en que ha de ser una vulgaridad. No importa. Creo haber llegado a la certidumbre de que algunas de las mejores cosas de esta vida no son, necesariamente, las más Popoff. Son, casi siempre, cosas llanas, ordinarias y, a veces, hasta vulgares. Lo menos caro me ha parecido siempre lo más real. Lo menos fino es, casi siempre, lo más rico.
Soy el hijo de una maestra de escuela y un visitador médico y vengo de una época en la que si querías que en tu casa hubiera aceite, leche de tarro, arroz y azúcar tenías que amanecerte con toda tu familia, haciendo cola en la puerta de Super Epsa, porque, en el mejor de los casos, sólo te vendían una ración por persona y en el peor, no encontrabas ni eso. Vengo de un tiempo en que sólo se servía bisté en domingos y feriados, vengo de un remoto país en que el pollo a la brasa y el chifa eran manjares de lujo reservados para los grandes acontecimientos, un extraño mundo en el que no había Vivanda ni Wong ni tanto frufrú, ni tanto disfuerzo, un planeta en el que te comías calladito la boca lo que buenamente te servían y no había tu tía. Ojo. No estoy tratando de decir que eso haya sido la máxima bendición o que nos haya hecho mejores cristianos o que todos los días le doy gracias a la vida por las vainitas saltadas, el arrimado de col, la sopa de harina de arvejas, la torrejita de zapallo o el hígado encebollado con frejolito de Castilla. Tampoco. O como se dice ahora: nunca tanto. Pero de lo que sí me felicito es de haber crecido en medio de esa especie de espíritu warrior clasemediero que se respiraba en el aire en casas como la mía, una cierta impronta franciscana del que sabe que no puede venir acá con huevaditas: que nunca se separan a un costado las cebollas ni los apios, que todo lo que está en el plato se come porque la comida es de Dios. Ese sereno estoicismo del que, de chico, nunca se permitió el engreimiento de exigir que le sacaran la nata de la leche o le colaran los grumitos de la sémola o le licuaran la verdura de la sopa porque, antes que terminara de decirlo, le volteaban la cara de un solo cachetadón.

Mentira. De chico nunca me pegaron. Y quizá eso fue lo único que me faltó. Mentira. Nunca me faltó nada. Y así como agradezco el no haber tenido nunca que pasar hambres ni pellejerías, agradezco la inmensa fortuna de nunca haber tenido demasiado. ¿Fortuna? Pero, ¿por qué?, ¿haber tenido lo justo te hace mucho? Probablemente no. Pero sí te entrena para lo que vendrá, te saca punche y te endurece el cuero. Te prepara para la pelea, te pone a ranear a diario, por si acaso, a hacer tus planchitas por si las moscas, te matricula en un curso de supervivencia en la selva para que aprendas –desde el saque– lo que es bueno, porque nunca se sabe, porque siempre vendrán tiempos peores, porque el día llegará en que tu empleada o, sin ir muy lejos, tu mamacita dejará de correr detrás tuyo recogiendo los calzoncillos y las medias que tú tiras, porque el día llegará en que se te tendrá que terminar todita la cojudez. Hay cosas en las que uno no puede con su genio y yo prefiero a la gente que apaga la luz cuando sale de una habitación. Me gusta la gente que lava su plato cuando termina de comer, sobre todo si está en casa ajena. Me gusta la gente que se aplica, feliz, su calentado. Me gusta la gente que vuelve a tapar el tubo de crema dental después de usarlo, que deja las cosas en el mismo sitio en que las encontró. Me gusta muchísimo la gente que tiende su cama. Cuando he tratado, conscientemente, de dejar el caño abierto mientras me afeito, he fracasado. No puedo. Así esté en un hotel cinco estrellas, no puedo. Siento que estoy perpetrando un horrible crimen. Es más fuerte que yo. Desperdiciar el agua me produce un sentimiento de culpa, un nítido dolor de corazón. Y si alguien está pensando en botar comida a la basura, tanto peor, tendrá que vérselas conmigo. De ninguna manera lo permito. En mi casa me enseñaron que la comida nunca se bota. Había que ver cómo se burlaban de mí los demás cocineros de mi restaurante gringo cada vez que impedía que echaran al tacho los ollones de comida que sobraban al final del día. Olvídate de eso, mulatico. Los conminaba a todos a empaquetarla para llevar y todas las noches las distribuía entre mis agradecidos room mates que se ahorraban el menú del día siguiente y también entre las intimidantes hordas de homeless que dormían en los vagones del subway a esas horas de la madrugada. Por si no les hubiese quedado del todo claro, lo repito: la comida no se bota, compatriotas, la comida es de Dios.

Solamente una vez decidí olvidarme de todo esto. Solamente una vez me reviré. El dinero, según como se emplee, puede llegar a ser un vehículo de crecimiento o de la más infecciosa pacharaquización. Y sólo bastó con que me elevaran el sueldo a cinco dígitos para empezar, de repente, a computarme Dionisio, ¡qué digo Dionisio! ¡Donald Trump, Bill Gates! Como si fuese un transbordador fuera de órbita, perdí toda comunicación con la estación tierra y comencé a comportarme ridículamente como uno de esos futbolistas que, al primer contrato ventajoso, se construyen casas de cinco pisos, piscina con catarata y cava de vinos. Comencé a conducirme, ni más ni menos, que como un jotita, a necesitar dos carros full equipo, cinco tarjetas de crédito, cien pares de zapatos y a disfrutar de la única, mediocre felicidad que puede extraerse de todo aquello: la perenne escolta de una súbita corte de incondicionales. Nada como la plata –o como la droga– para rodearte al instante de un majestuoso séquito de chupamedias y ayayeros, para convertirte en el dorado e imponente general al mando de un pundonoroso, multitudinario ejército de interesados. Pero una vez que me hube desgranputado sin remedio fue menester regresar directamente a la casilla de partida sin cobrar 200, ni pasar por go. Entonces, sólo entonces me acordé de quién era, de quién voy a ser hasta el día en que me muera. Soy el hijo de una maestra de escuela y un visitador médico. Si toda mi vida he desayunado café con leche y pan con mantequilla no veo por qué, a estas alturas del partido, tendría de pronto que necesitar œufs Benedictine. Austeridad es, prácticamente, el nombre del barrio donde he crecido, de modo que, cuando me ha tocado regresar no me he extraviado porque me lo conozco de memoria y me resulta fácil recorrer, a ojos cerrados, todititos sus recovecos. Por eso, si mañana me quitan el auto nada me pasa, entre otras cosas, porque no me he vuelto a comprar un auto. Si mañana me bloquean todas las tarjetas de crédito, tampoco me pasa nada porque no tengo ninguna ni quiero tener, pues me he jurado nunca volver a necesitarlas. Si mañana un banco me vuelve a asaltar, ya no temo volver a quedarme con lo que tengo puesto (siempre y cuando lo que tengo puesto me quede bien).

Tengo la impresión de que tener siempre la angustia de tener –o peor aún– de tener que tener, francamente, no tiene ningún caso y yo he decidido que no quiero tener nada que me angustie o que me ate o que me pese. No quiero tener nada que no quepa en mis maletas el 2011 cuando gane Fujimori, Toledo o Humala. Tengo quinientos libros y una docena de pares de zapatos y sigo pensando que es demasiado porque hay, por lo menos, doscientos libros que no he leído y, por lo menos, cinco pares de zapatos que no me pongo y que, por lo tanto, debería regalar ahora mismo a cualquier feligrés que calce 44. ¿Será acaso todo esto que he escrito, la prueba fehaciente de que padezco lo que Martha Hildebrandt alguna vez denominó el complejo de pobrete? Puede ser. Aunque quizá deba aclarar aquí que mi actual falta de codicia, mi deteriorada angurria material no me impide, en absoluto, el disfrute de los placeres ni es óbice para que, una vez a las quinientas, haga realidad alguno de mis más caros anhelos y me agasaje, de repente, una noche cualquiera, con un champán de varios cientos de dólares la botella o me sorprenda (yo solito) con un trip de fin de curso a las Europas con todos los gastos pagados (por mí). Todo indica que el truco del placer está en huir de la reiteración, del paporreteo, de la frecuencia. Cuando uno goza mucho y muy a menudo, se malacostumbra, se malcría, se aburguesa al extremo, se embota, se empacha, se insensibiliza y llega un momento en que hasta la más sublime maravilla troca en estúpida rutina. Si no me creen, pregúntenle a cualquiera de esos matrimonios aburridos con que se topen más tardecito, a la salida de la misa. Por todo lo arriba expuesto, yo no creo que, al final de cuentas, revolver tu arroz con el juguito del estofado sea vulgar. Vulgar es otra cosa. En un país como este, vulgar es ostentar. Vulgar es, por ejemplo, salir a la televisión a llorar miserias porque tu ex marido celebrity solamente te pasa veinte mil dólares al mes y a ti esa plata no te alcanza y tus hijitos comen menos carne cada vez. Vulgar es pretender que el país te pague por día el sueldo mensual de un obrero a cambio de irte a hacer turismo por Venecia con tus célebres patitas. En un país como este, vulgar es empanzarse hasta la náusea allí donde los otros languidecen. Manejar un Ferrari descapotable de medio palo será muy elegante en las calles de Capri pero hacerlo en Lima equivale a tirarse un pedo en la cara de la gente, constituye una completa ordinariez. Nada tan de quinta como hacer alarde de brillos y fastos y oropeles allí donde los otros abrigan la remota esperanza del agua potable. Se equivoca quien crea leer aquí alguna frustrada especie de manifiesto político. A tanto no aspiro. Aspiro apenas a subrayar algo que me parece de una obviedad monumental: nunca se come delante del hambriento. Creo que para saberlo no se necesita ser socialista, ni católico, ni filósofo, ni siquiera buena gente. Sólo hace falta no ser un completo imbécil. Nada más. Nunca lo he dicho en público pero hoy, por primera vez y en exclusiva, se los cuento: soy rico. Guardo bajo siete llaves un testamento legándolo todo a mi nombre y a mi favor. Y como no tengo hermanos, mi herencia es infinitamente mayor a la de los Tudela Van Breugel Douglas, muchísimo más cuantiosa que la de los Bracamonte Fefer. Soy el hijo de una maestra de escuela y un visitador médico. Y lo que ellos me enseñaron, aprendí. Esa es mi fortuna y mi fuerza y mi riqueza. 

Nota.- esta es una columna de Beto Ortiz para el diario Peru.21

Calle 13 - Latinoamerica - Nuevo VIDEO y Letras

El grupo calle 13 ha realizado un video clip en el PERU, este clip fue rodado por la productora nacional PATRIA. En las imágenes se puede ver a la ministra de Cultura: Susana Baca, a pobladores de la sierra del Perú, parajes, paisajes fenomenales del PERU y parte de latino América.

Orgulloso de ser latino.
Orgulloso de tener sangre mezclada.
Orgulloso de disfrutar de la mejor comida desde el norte, el Caribe, el centro y el sur.
Orgulloso de mi gente y nuestra cultura.
Orgulloso de nuestra naturaleza.
Orgulloso de nuestra música y deportistas.
Orgulloso por seguir en pie de lucha.
Orgulloso de romper las cadenas y ser libres.
Orgulloso de este video q nos une.






Calle 13 - Latinoamerica


Soy, soy lo que dejaron, Soy las sobras de lo que te robaron,
Un pueblo escondido en la cima, Mi piel es de cuero por eso aguata cualquier clima,
Soy una fábrica de humo, Mano de obra campesina para tu consumo,
En el medio del verano, El amor en los tiempos del cólera,
Mi hermano!

Soy el que nace y el día que muere, Con los mejores atardeceres,
Soy el desarrollo en carne viva, Un discurso sin saliva,
Las caras más bonitas que he conocido, Soy la fotografía de un desaparecido,
La sangre dentro de tus venas, Soy un pedazo de tierra que vale la pena,
Una canasta con frijoles.

Soy Maradona contra Inglaterra Anotándole dos goles.
Soy lo que sostiene mi bandera, La espina dorsal de mi planeta, en mi cordillera.
Soy lo que me enseño mi padre, El que no quiere a su patria no quiere a su madre.
Soy América Latina un pueblo sin piernas pero que camina.

Tú no puedes comprar al viento,
Tú no puedes comprar al sol
Tú no puedes comprar la lluvia,
Tú no puedes comprar al calor.
Tú no puedes comprar las nubes,
Tú no puedes comprar mi alegría,
Tú no puedes comprar mis dolores.

Tengo los lagos, tengo los ríos, Tengo mis dientes pa cuando me sonrío,
La nieve que maquilla mis montañas, Tengo el sol que me seca y la lluvia que me baña,
Un desierto embriagado con pellotes, Un trago de pulque para cantar con los coyotes,
Todo lo que necesito!

Tengo a mis pulmones respirando azul clarito,
La altura que sofoca, Soy las muelas de mi boca mascando coca,
El otoño con sus hojas desmayadas, Los versos escritos bajo las noches estrelladas,
Una viña repleta de uvas, Un cañaveral bajo el sol en cuba,
Soy el mar Caribe que vigila las casitas, Haciendo rituales de agua bendita,
El viento que peina mi cabello, Soy todos los santos que cuelgan de mi cuello,
El jugo de mi lucha no es artificial porque el abono de mi tierra es natural.
Vamos caminando, vamos dibujando el camino!

Trabajo bruto pero con orgullo, Aquí se comparte lo mío es tuyo,
Este pueblo no se ahoga con marullos, Y si se derrumba yo lo reconstruyo,
Tampoco pestañeo cuando te miro, Para que te recuerdes de mi apellido,
La operación cóndor invadiendo mi nido, Perdono pero nunca olvido, oye!

Vamos caminado, aquí se respira lucha.
Vamos caminando, yo canto porque se escucha.
Vamos caminando, aquí estamos de pie.
Que viva Latinoamérica.
No puedes comprar mi vida!







Una historia de dar alegria


Soy hincha de la Vaca Descarriada, antes se hacia llamar wendy ramos... pues ella tiene un blog en la mula 


y en ella escribio esta historia que sin su consentimiento copio aqui para alegrar a los poquitos lectores que de cuando en cuando caen por aqui. Saludos y disfruten la lectura.


girasoles y taxistas

FOTO: Marco Simola
Cada vez que vuelvo caminando del gimnasio hacia mi casa compro flores en el camino y la señora que vende periódicos en mi calle cuando me ve pasar  siempre me dice “ay señorita, qué lindas sus flores”, se pone contenta.
Asi que el viernes pasado compré un girasol hermoso, le pusieron lluviecitas y cuando pasé por la señora del periódico se la di…se puso  tan feliz que  me dio la impresión que nunca le habían regalado flores.
Tamaña felicidad costó S/. 1.50 y dos minutos
Y ese día, mientras  contaba esta historia en twitter, me puse a pensar en la gente que visita y habita mi página abierta del facebook, mi muro vacuno que tan contenta me pone  y se me ocurrió que podíamos hacer algo lindo.
 
Qué les parece si elegimos un día para hacer algo para alegrar a alguien que siempre está allí, esas personas a las que saludas todos los días pero que a veces no sabemos ni su nombre, esas personas que te sonríen a cambio de nada.
Qué les parece si este sábado (sábado 26 de febrero) les damos una inesperada alegría?
Probemos a ver qué pasa, tal vez nos gusta y le ponemos nombre y lo hacemos tipo una vez al mes y contagiamos a todo el mundo y CHAN!
Cuando llegó el sábado estaba tan entusiasmada que probé tres ideas.
1. Como estuve llevando un taller de narración oral con Wayqui tenía algunos cuentos en la cabeza así que el sábado en la mañana le conté un cuento al taxista que siempre me lleva a todas partes. Cuando terminé de contar él me sorprendió contándome un cuento y luego yo otro y él otro más y así del Callao a Miraflores. #WIN
2. Cuando llegué a mi casa ví a la empleada de una viejecita que vive en mi quinta. Estaba regando el jardín  y me saludo con su sonrisota de siempre y le dije, “ay! traje algo para tí!!”, así que abrí mi maleta y saqué una latita de natilla y se la dí.  Ella se sorprendió y me dijo ¿Por qué? y le dije ” Porque siempre estás sonriendo y me pones muy contenta, recíbelo por favor como un agradecimiento mío” #WIN
3.Y en la noche subí a un taxi que suele estar en la puerta del  Vivanda de Benavides. El taxista es un viejito que tiene el auto lleno de lucecitas, perritos que mueven la cabeza y stickers, está LLENO de cositas y se nota que las cuida. Las veces anteriores que subí sólo miré, me fasciné con los perritos  y no dije nada.
Ayer le dije, “qué lindo!!! cuántas cositas” y él me dijo que las ponía allí para alegrar y alegrarse.
Al bajarme lancé un piropo a su taxi,  “es cierto, las cositas de su auto alegran, me siento contenta!!!” y el señor puso cara de orgullo. Me encanta cuando la gente pone cara de orgullo :0) #WIN
Y en la noche del sábado varias personas del muro vacuno escribieron sus propias historias…
 Y así vamos de a poquitos, tirando botellas al mar… como siempre :0)

Las ventajas de Usar Gmail


Las ventajas, o beneficios de Gmail más destacados son los siguientes:
  1. Todo en tiempo realGmail nada más requiere que lo cargues una vez; después él lo que hará será trabajar de forma real-time, mejor dicho sin necesidad de recargar de nuevo todo el sitio. Es una de las principales características que a mi parecer (y aunque ya muchos sistemas lo copiaron) es la más llamativa, la clave de su éxito.
  2. Seria batalla en contra del spam, ó correo no deseado: Gmail toma en serio lo que significa contrarestrar el evidente ataque diario por parte del spam. Con sus filtros y sus nuevas tecnologías él te ahorrará amarguras causadas por correo indeseado.
  3. Buscador de conversaciones y correos integrado: El buen sistema de búsqueda de Gmail es bastante interesante. Similar al buscador Google, con sólo incluir una palabra que asumes está en el correo, aparecerá el mensaje en sí requerido por ti.
  4. Chat integrado: El chat de Gmail es bastante interesante, de hecho a mí me gusta mucho usarlo, rápido. Con voz, vídeo, emoticones, y hasta independientes, es decir, que puedes abrir conversaciones de chat con ventanas que sean independientes.
  5. Sistema de etiquetas: Creo que es uno de los mejores puntos de Gmail. El correo de Google cuenta con un sistema de etiquetas, o lo que es lo mismo: sistema que permite etiquetar los correos, para así tener mayor orden de las conversaciones.
  6. Almacenamiento amplio: Aunque ya otros correos ofrecen grandes espacios para sus correos, Gmail es el primitivo. Gigas y más gigas disponibles para archivar tus correos, y así mantener tu vida personal registrada para siempre. De lo mejor ¿No?
  7. Publicidad no-intrusiva: ¡Ah! Claro, Gmail es un sistema de correo gratuito, ¿cómo se va a sustentar económicamente? Con lo mismo que nos mantenemos los que trabajamos en la red, con publicidad. Pero Gmail no tiene publicidad intrusiva (pop ups, banners molestosos con sonidos, etc.); por lo contrario cuenta con publicidad contextual relacionada con cada correo que abres, así se te ofrece información que es interesante para ti. En función del texto del correo, te da publicidad relacionada.
  8. Combinaciones de tecla: Si muchos no lo saben, Gmail cuenta con un sistema de hotkeys, o lo que es lo mismo, combinaciones de teclas. De esa manera puedes acceder a distintas operaciones de una forma más rápida y casi que automática.
  9. Gmail en tu móvil: ¿Vas de viaje? Tranquilo, que el correo gratuito de Google cuenta con una versión para móviles. Con Google Mail puedes acceder a tu cuenta desde donde quieras que estés con la comodidad de tu celular, o bien con tu linda PDA.
  10. Dos características en un sólo punto: Para terminar con esta gran recopilación de puntos positivos de Gmail, trataremos dos características para no pasar. En primer lugar puedes filtrar los mensajes que quieres leer (etiquetas, archivados, leídos, no leídos y etc.); por otro lado tiene un sistema de "mensajes destacados", el cual con sólo marcar una estrella junto al mensaje, se te llevará a una sección donde están tus mensajes favoritos. ¡Ah!, un detalle, por cierto, Gmail es absolutamente gratuito.
Claro está, se me pasaron muchos puntos. Probablemente muchos lectores ya estén en la labor de comentar, y aportar información al respecto. Y por cierto, a mí nadie me pagará por este post, sólo es mi punto de vista. Prefiero Gmail ante muchos sistemas de correos.
¡Ah!, otros dos detalles de Gmail: en primer lugar, tiene soporte para temas, gracias a esto puedes personalizar el aspecto del correo a tu gusto. Por otro lado está Gmail Labs, mejor dicho las funciones que aún están en fase de prueba, pero que repotencian tu experiencia como usuario, añadiendo nuevas funcionalidades. Son muchas, pronto ampliaremos esto.
y bueno si despues de esto ya te animaste a usar Gmail aqui puedes crear tu cuenta

¿Se debe permitir hablar quechua en el Congreso?



En setiembre del 2007, un grupo de amigos y yo abrimos el blog im.verbe a partir de una polémica entre Martha Hildebrandt y María Sumire. El enfrentamiento ocurrió cuando se discutió en el Congreso el Proyecto de Ley para la preservación, uso y difusión de las lenguas aborígenes del Perú. Para Hildebrandt, obviamente, el proyecto “no servía para nada” ya que era imposible que todas las lenguas fuesen oficiales. Es fácil decirlo cuando tú puedes desarrollarte en cualquier área con tu lengua ¿no?
Sin embargo, este conflicto era la consecuencia de una incomodidad (absurda) que se había empezado a gestar en el Congreso de la República desde el año 2006, cuando las congresistas Sumire y Supa se hicieron conocidas por iniciar sus participaciones parlamentarias en su lengua materna: el quechua.
Desde el 2006 me he topado con varias personas que justifican las actitudes de Hildebrandt por razones de lo más estúpidas, hasta las más “asolapadamente” estúpidas. Unos afirman que no se debería hablar en quechua en el Congreso porque la mayoría de congresistas no entiende. Este argumento es estúpido porque no es culpa de las congresistas quechua-hablantes que los demás no conozcan su lengua (ah! Pero sí es culpa de ellas si no solo no entienden castellano, sino si cometen algún error ya sea escrito u oral. Hasta algunos medios les caen encima).


Otros afirman que no se debería hablar en quechua en el Congreso porque en Lima la lengua oficial es castellano. Este es un argumento insuficiente pues, olvida el argumentador, que el Congreso de la República no es solo un espacio físico, sino una institución democrática que excede la locación geográfica. Es una institución que representa a todo un país y, por lo tanto, todas las voces del Perú. Por eso, todas las lenguas debieran ser oficiales en este recinto. La solución: traductores.


Y, finalmente, están los que reclaman que los traductores son muy caros y que por ello las congresistas no deberían hablar en quechua en el Congreso. Claro, invertir para que la representación nacional lo sea realmente es tonto. ¿Dónde estamos?


Hoy, gracias al maestro Cerrón Palomino, me di con la siguiente noticia (vía El Mundo): “El Senado español ha aprobado reformar su reglamento para que todos los senadores puedan utilizar en los plenarios cualquier lengua española que sea oficial en alguna comunidad autónoma. Es decir y según los estatutos, los senadores podrán expresarse a partir de enero de 2011 en castellano, como hasta ahora, y también en catalán, gallego, euskara y valenciano.”
Así como lo leen, en España han rediseñado el reglamento y por tanto la Cámara Alta se convierte en la primera cámara española que usa las cinco lenguas de dicho país.¿Cómo lo harán? Utilizarán un sistema de traducción simultánea que escucharán todos los parlamentarios mediante un circuito interno y unos auriculares. Este sistema también es empleado por el Parlamento Europeo y en la ONU.
Si bien en España todavía se limita la norma (solo se ha admitido que todas las lenguas se usen en los plenos y no en las comisiones), grupos políticos como los nacionalistas anuncian que buscarán que esta modalidad permita que todas las lenguas se puedan usar en toda la actividad de la Cámara, sin limitaciones.
No es que no haya mecanismos que permitan implementar esta modalidad en el Congreso peruano, sino que lo que falta es voluntad política para poner este tema en agenda. Claro, si permitimos que personajes como Martha Hildebrandt, abiertamente discriminadora contra las lenguas originarias, mantengan su curul en el Congreso, está claro que además de voluntad política falta voluntad ciudadana. ¿Crees tú que solo los castellanohablantes merecen tener voz en el Congreso de un país plurilingüe? En pleno contexto electoral, este es un tema que todos los electores debemos tener en cuenta.

y tu que opinas???